Agraint la cordial invitació del Sr. Cardenal Arquebisbe, signe de comunió amb el Sant Pare Francesc, a qui tinc l’honor de representar a Espanya, vinc a compartir la vostra alegria per la benedicció de les noves torres dels evangelistes. Un nou i gran avenç d’aquesta basílica de la Sagrada Família que va idear el servent de Déu Antoni Gaudí i Cornet.
Una salutació afectuosa i cordial del Sant Pare, el papa Francesc, amb la seva benedicció apostòlica, per a tots els presents. Especialment els operaris, els tècnics i artistes, els escultors. Amb el seu entusiasme, els seus talents artístics i el seu esperit de fe, i amb la inestimable ajuda dels benefactors, van completant pacientment entre tots aquesta obra admirada i genial, que, feta per a l’honor de Déu, reverteix en un destacat símbol de la mateixa ciutat de Barcelona per la singularitat genial.
Les noves torres estan dedicades als sants evangelistes: sant Mateu, sant Marc, sant Lluc i sant Joan. Cadascuna ens recorda, en harmoniosa sintonia, allò que cadascun dels evangelistes subratlla en el seu relat inspirat. Ells, certament, són quatre, però són concordants, i a l’uníson evoquen la presència viva de Crist que habita en la seva Església i ens empeny a ser testimonis enmig del món de la seva resurrecció, a través de la seva mateixa vida que engendra per l’Evangeli.
Les quatre torres seran un record, en definitiva, de la presència viva de Crist que habita en la seva Església, que la fa família i que ens empeny i compromet alhora, a presentar al món el Verb etern que el precedeix i que n’és la seva causa, donant ordre i harmonia a totes les coses, i manifestant-se en la seva encarnació per la qual va habitar entre nosaltres.
I, parlant de “torres”, precisament en les lectures proclamades aquest diumenge, el missatge del Senyor per a nosaltres subratlla el sentit de la nostra vida com un camí orientat de la terra a l’eternitat. No perdre mai aquest sentit d’orientació vers les altures és signe de saviesa. Per ella, per la saviesa pràctica, venen a ser lloades a l’evangeli les cinc verges assenyades i prudents que reben com a premi la porta oberta de Crist, després de l’esforç d’un cor que vigila en la nit, durant l’espera de la vida present.
Aquesta saviesa, al mateix temps que ens ensenya a ser fidels a la terra i a l’espai on vivim, té molt clar que aquesta fidelitat no equival a acabar en el buit, sinó a viure davant d’una presència, la de Jesucrist, fins a realitzar-se plenament i estar amb Ell per sempre en l’eternitat. Caminem per aquesta vida cercant; volem veure, encara que en aquesta situació anem palpant en el clarobscur de la fe. Perquè sí, certament, som fills de la terra, però hem de descobrir a dalt, l’eterna resplendor, estar oberts a Jesucrist “el qui és, el qui era i el qui ve” (Ap 1,8).
El Verbo de Dios, en la primera lectura, es la Sabiduría “radiante e inmarcesible” que sale a nuestro encuentro, especialmente de los que la aman y la buscan en cada momento y circunstancia, Sabiduría que ilumina, que conforta, que salva.
Es así como el sabio y prudente trata de vivir la vida humana entretejiendo lo uno y lo otro como escribe en poema Unamuno: “A la gloria de Dios se alzan las torres, a su gloria los álamos, a su gloria los cielos, y las aguas descansan a su gloria. El tiempo se recoge; desarrolla lo eterno sus entrañas; se lavan los cuidados y congojas en las aguas inmobles, en los inmobles álamos, en las torres pintadas en el cielo, mar de altos mundos. El reposa en la hermosura del corazón de Dios, que así nos abre tesoros de su gloria”.
Y es que, esta vida tiene valor por ser un proyecto maravilloso de Dios que le confiere su destino eterno, fin para el que lo creó. Es también la respuesta que da San Pablo en la segunda lectura. El Apóstol presenta el acontecimiento de la resurrección como el mayor consuelo del hombre que camina hoy en su vida terrena y también llora el despojo de los suyos a los ve morir planteándose preguntas sobre su destino. Y es que, este hombre que busca, tiene la experiencia de la transitoriedad del tiempo, de la caducidad de su vida en la tierra.
Dios actúa con nosotros de manera parecida al arquitecto con las piedras. Dios nos pone a cada uno en un lugar. Tú descubres el sentido de ese lugar en que te encuentras cuando reconoces que tu fin es la gloria de Dios. Es lo que descubrió el siervo de Dios Gaudí. De él dijo el Papa Benedicto XVI que “colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo. E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres. Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo”.
Un antecesor mío en la Nunciatura Apostólica en España, Mons. Francesco Ragonesi (1913-1921), dijo personalmente a Gaudí: “Usted es el Dante de la arquitectura, y su obra es uno de los más grandes poemas cristianos en piedra.” Si. En el poema de la piedra hay inscrita una dirección, una dirección de la tierra a la eternidad, el sentido que tiene, está, como lo está su origen, en lo más alto. Un alma noble y sensible capta y entiende la dirección del artífice y desea llegar allí a donde Gaudí deseaba llegar a través del testimonio de sus obras. Porque el arte es como una puerta abierta al infinito puede despertar al alma dormida, despertarla en que “la sabiduría necesita de una esencia que es la fe” [Etsuro Sotoo, escultor de la Sagrada Familia].
Las torres se alzan, se alzan más allá de ellas mismas, guiando nuestra mirada hasta el Origen y Final, Cristo Principio y Fin, Alfa y Omega. Que las torres de los santos evangelistas que serán bendecidas al término de esta Santa Misa, nos muevan a todos a mirar hacia donde Gaudí realmente miraba, al Verbo encarnado en el seno de la Virgen.
Que José y María, nos ayuden con su intercesión y nos concedan del Señor un corazón bueno, noble y sencillo. Que María, icono de la belleza de Dios, nos ayude, como al Siervo de Dios Gaudí, a abrir el espíritu a Dios para crear en la vida un espacio de belleza, de fe y de esperanza. Y mis más cordiales felicitaciones a todos los barceloneses. Que el Señor prodigue sus bendiciones sobre Barcelona. Que así sea.